miércoles, 17 de agosto de 2011

Al borde del colapso.    
Editorial del Jornal A Nova Democracia (Brasil)
El anuncio de Obama, en la noche del 31 de agosto, sobre el acuerdo entre republicanos y demócratas para la elevación del techo de la deuda pública de USA, y la posterior aprobación en el Senado y en la cámara de los diputados, no llegó a sorprender a quién acompaña de cerca el desarrollo de la crisis general de superproducción capitalista que asola el mundo entero.

Creado hace 94 años, el techo de la deuda pública de USA ya fue ampliado, nada más, nada menos, que 102 veces. Sólo en la última década el límite fue aumentado 10 veces. Del año 2000 para acá, la deuda casi triplicó, pasando de 5,7 billones de dólares para los actuales declarados 14,3 billones de dólares. Si fueran agregados los 3 billones de dólares en títulos no declarados en poder del Federal Reserve, el banco central de allá, se ve que el déficit es bien mayor que lo divulgado.

Esa deuda monstruosa, y que las calculadoras normales de 8 dígitos no consiguen procesar, crece continuamente y a los saltos, gracias al déficit fiscal de 1,2 billones de dólares anuales.

Y aún debiendo esa enorme cuantía de dinero, USA permanece como principal potencia económica gracias a la existencia del dólar como moneda común en las transacciones internacionales, condición que el gobierno de USA intenta mantener con la utilización de todas las maniobras posibles. Y claro, con la garantía de ser la mayor superpotencia militar de todos los tiempos. Aún sin la amenaza de entrar en mora, gobiernos como el del Brasil, obedeciendo fielmente las órdenes imperiales, interfieren seguidamente en el cambio comprando moneda yanqui objetivando inflacionarla o contener su caída. Una devaluación aguda del dólar arrastraría el mundo todo para un colapso económico sin precedentes y colocaría en cuestión la hegemonía del imperialismo yanqui.

Sombra semejante ronda a Europa con la quiebra de los países periféricos de la zona del euro, como Portugal, Irlanda, Grecia y la pre-suspensión de pagos de Italia y España, que pueden, también, no ser capaces de honrar sus deudas.

Después del estallido de la burbuja inmobiliaria en USA en 2007, la deuda aceleró su ritmo de crecimiento, gracias, entre otros factores, al socorro a los bancos en bancarrota prestado por el gobierno yanqui, que “donó” más de dos billones de dólares al sistema financiero, y a la exención de impuestos a los más ricos concedida por Bush (republicano) en 2001.

El PIB yanqui está en retracción. Miles de fábricas están cerradas y muchas localidades industriales parecen ciudades fantasmas. La inmensa mayoría de las mercancías consumidas en USA son importadas, principalmente de la China, que con eso pasó a tornarse la mayor detentora de títulos de la deuda yanqui, con un stock oficial estimado en 1,6 billones de dólares (economistas dicen que puede ser de 2 billones, ya que la China ha adquirido títulos a través de bancos extranjeros).

En la secuencia están Japón, Reino Unido y Brasil, que ocupa a 4ª posición como acreedor individual, con más de 210.000 millones de dólares en títulos de la deuda yanqui. Dato interesante y revelador es que la gestión oportunista en el Brasil fue el segundo mayor comprador de esos títulos entre mayo de 2010 y mayo de 2011, fecha en que fue alcanzado el límite de la deuda del USA.
Ya próximo a la campaña para su reelección en 2012, Obama se vio en apuros para negociar con los republicanos el aumento del techo. Con la “popularidad” en caída por la pésima situación económica del país y por causa de las promesas no cumplidas, él tuvo que transigir con los republicanos, que cobraron más de lo que los demócratas estaban dispuestos a dar, inclusive la inmolación pública de Obama.

Estaba diseñado el escenario que aterró los acreedores de los yanquis durante algunos días: la posibilidad de mora de la deuda, que tendría proporciones catastróficas para la ya debilitada economía mundial. Se siguieron declaraciones más o menos histéricas por parte de los mayores acreedores, pero no de la gerencia brasileña, que, servil como siempre, declaró tener confianza en la sensatez de los amos del norte, pero sin ignorar que en caso de moratoria, Brasil sería uno de los que no recibiría su parte. La China amenazó con represalias y el Japón se dijo preocupado.

Presionado por el tiempo, Obama intentó tirar provecho del poco prestigio que le resta entre los estadunidenses e hizo un llamamiento a la nación en cadena nacional, exhortando todos a presionar los parlamentarios a cerrar un acuerdo que salvara el Estado yanqui de la insolvencia.

El anuncio del acuerdo, sin embargo, vino acompañado de lo que la población del país temía: entre las medidas de “austeridad” a ser tomas para contener el déficit, se impuso el corte de 1 billón de dólares en 10 años en los programas de salud, educación, etc. El impuesto sobre la renta de los más ricos no retornó. Existe aún el compromiso de que una comisión apunte de donde serán quitados otros 1,5 billones de dólares en el presupuesto. Todo eso en pago de un aumento de 2,1 billones de dólares en el techo de la deuda hasta marzo de 2013, siendo buena parte de ese límite gasto ya el día 2 de agosto, data límite para pago de cerca de 30 billones.

Y aún así, ese acuerdo no aleja la posibilidad del colapso de estados y condados (municipios) yanquis, que son prohibidos de tener cualquier déficit en las cuentas públicas. Muchas grandes ciudades ya están en condición de falencia.

Pero esa es solo una de las amenazas que los trabajadores estadounidenses tienen que enfrentar, ya que el desempleo del 10% de la población (siendo mayor todavía entre negros y latinos) no da señales de retroceder, la inflación está próxima del 4% en 2011, los salarios están estancados desde la década de 1970, etc.. Y no es sólo el Estado yanqui que no honra sus deudas. La población de USA nunca estuvo tan endeudada con los bancos como ahora.

Entre las industrias yanquis, sólo una, la de la guerra (armas y equipamientos militares), progresa. Y lo hace a cuestas de la sangre de los pueblos agredidos y de sus propios soldados en el Irak, Afganistán, Libia y Haití y del presupuesto militar de más de 800.000 millones de dólares que mantiene la política de rapiña y saqueo promovida por el imperialismo yanqui. Sólo en el Irak fueron vertidos más de 4 billones de dólares en bombas y atrocidades sin cuenta desde la invasión. Y ni eso es capaz de librarlo de la crisis que se profundiza.
Ese acuerdo no altera en nada las bases de la economía imperialista yanqui. Ni siquiera se trata de medidas para estimular la convalida producción, aumentar el empleo, etc.. Es la reafirmación de la política imperialista en relación al mundo, de la explotación de sus monopolios sobre las naciones oprimidas, de la imposición de medidas infames a cada suspensión de pagos de otro gobierno. Lo que es cierto es que la crisis persistirá, lo que equivale a decir que más guerras de rapiña vendrán y si tal situación no se revierte rápidamente, el mundo estará marchando para otra nueva guerra de proporciones desconocidas por una nueva y más profunda repartición del mundo entre las potencias imperialistas.

Ya es hora de dar adiós a las ilusiones y prepararse para los combates.
¡Cabe a los trabajadores, a los demócratas verdaderos y revolucionarios de cada país levantar alto sus banderas de lucha revolucionaria!

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