domingo, 7 de octubre de 2012

Con ocasión del 78º aniversario de la Revolución de Octubre de 1934 en Asturias (1ª parte)

 
 
“¡QUE TE LEVANTES, ESTALLÓ LA REVOLUCIÓN!” (TESTIMONIO)*
El día 4 por la noche, ya para amanecer el 5, los revolucionarios nos concentramos, por iniciativa de los socialistas, para esperar las armas que nos dijeron que vendrían. Y además, organizar el asalto a la fábrica. Pero estuvimos esperando hasta el amanecer sin que llegaran las armas, por lo que tuvimos que dispersarnos”.
Así comienza el relato, cincuenta años después, de un testigo de excepción del asalto a la fábrica de armas de Trubia. Mario Huertas, veinte años, por aquel entonces, era tornero en la fundición de la fábrica y miembro del Partido Comunista. Hoy, ya jubilado, vive en Gijón y recuerda el acontecer de esos días turbulentos.
“Yo estaba en la noche del día 4, en la cama, durmiendo muy tranquilamente. Entonces oigo golpes muy fuertes en la ventana de mi habitación. Me desperté sobresaltado. “¡Que te levantes –me dijeron- estalló la revolución!”. Me cogió así, de sorpresa. Salí con los camaradas que me llamaron para avisar a los demás y acudir a la asamblea. Como no venían las armas, se optó por volver al trabajo a la fábrica con toda normalidad, como un día más. Sólo los miembros del comité de enlace, compuesto por socialistas, comunistas y anarquistas, y del que yo era suplente, no fueron a la fábrica, para mantenerse en contacto con aquellos que nos habían ofrecido las armas. Se convocó otra asamblea para la noche siguiente, muy cerca de la fábrica, a la que acudimos todos con las armas de las que disponíamos. Pero tampoco entonces llegaron las armas. En total, disponíamos de unos pocos fusiles, sacados de piezas de la fábrica, escopetas y pistolas. Eso no se consideraba suficiente fuerza para asaltar la fábrica y se trazó, por eso, un plan. Este consistía en volver al día siguiente, el sábado 6 al trabajo, pero ya llevando las armas cortas con nosotros. Mientras, los que tenían armas largas, unos 18 ó 20, esperaron fuera. Y, hubieran llegado las armas o no, a las diez en punto tenía que comenzar el movimiento. Esa hora fue elegida porque sólo entonces llegaban los militares –capitanes, tenientes y comandantes- a las oficinas, cada uno en su taller, por lo que estaban dispersados. Y el plan así se cumplió.
Cuando llegaron las 10 de la mañana, yo estaba en mi puesto, con un arma corta que tenía. Pero el capitán de mi taller no había llegado, aunque sí estaban los maestros. Me dirigí a la oficina, les dije que no se movieran, que eran prisioneros y que no les íbamos a hacer nada. Allí estuve mientras duró el asalto. Mientras tanto, fueron tomados la mayoría de los capitanes y maestros de la fábrica, y entraron los compañeros que tenían las armas largas. Finalmente, la resistencia se concentró en las oficinas centrales, donde estaba el director de la fábrica, algún comandante y varios capitanes. A todo eso, durante el asalto hubo mucho tiroteo. Más tarde decidimos enviar a un compañero a las oficinas centrales, con un ultimátum. A partir de un cañonazo, tendrían media hora para rendirse. Y efectivamente, así lo hicieron. Había también un puesto de la Guardias Civiles en Trubia, pero como el director de la fábrica era militar superior, les dio la orden de que se entregaran sin resistencia. De esta forma, hacia las 3 ó 4 de la tarde, la fábrica era nuestra”.
A partir de ese momento, la fábrica se dedicó a proporcionar armas a los revolucionarios. Cuando ya la derrota fue inevitable, Mario Huertas huyó a Madrid, donde fue detenido hasta el año 36. Tras la guerra, sería condenado a muerte y encarcelado durante once años.
 
(*) Artículo publicado en “Biblioteca Mundo Obrero”, Nº 0, Octubre 1984, pág. 13. Texto seleccionado y transcrito para Dazibao Rojo por R. Manzanares.

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