martes, 22 de marzo de 2016

BRASIL: Editorial de A Nova Democracia.






Traducción Enrique Chiappa

Desde cuando la sociedad se dividió en clases, siendo una dominante y otra dominada, el Estado surgió como necesidad para impedir que tal antagonismo eliminase la misma sociedad. Así, el Estado se impuso, independientemente de la voluntad de los hombres y mujeres, como instrumento especial de represión de la clase dominada por la clase dominante. Para encubrir tal realidad, la clase dominante impuso la idea del Estado por encima de toda la sociedad, colocando sus intereses como los intereses de toda la sociedad. Para tal efecto se irguió la figura del Estado como guardián de sus ordenamientos como si fuese el de toda la sociedad.

Le tocó a la clase dominada, ya que la vieja orden establecida era la responsable por su explotación y consecuente opresión, sublevarse contra ella. Orden y desorden, viejo y nuevo, construcción y destrucción son unidades cuyos aspectos contrarios y opuestos son interdependientes, que luchan y se suceden continua, inevitable e indefinidamente como movimiento de la materia y como parte de la historia y sociedad humanas.

Sin destrucción no puede haber construcción: destrucción ya trae en sí construcción. Del desorden, nuevo orden.

Espartaco lideró la rebelión de los esclavos de Roma para destruir el orden esclavista. Lo mismo aconteció con las guerras campesinas dirigidas por la burguesía para acabar con el orden feudal y con las revoluciones socialistas para dar fin al orden capitalista.

Todas estas revueltas, rebeliones y revoluciones fueron consideradas, por las clases dominantes en su época, a lo largo de los milenios, como desórdenes, y por los explotados como destrucción del viejo orden de explotación y opresión por un nuevo orden.

En la historia de Brasil, desde cuando los portugueses invadieron este territorio y aquí establecieron un ordenamiento mercantil-feudal-esclavócrata, verificamos, en contrapartida, las revueltas de los pueblos indígenas como la Confederación de los Tamoios y de los esclavos negros, con destaque para el Quilombo de los Palmares liderado por Zumbi.

Tuvimos aún revueltas y rebeliones de liberación como las lideradas por Felipe dos Santos, Tiradentes, Frei Caneca, Cipriano Barata y otros, y también guerras campesinas como Trombas y Formoso, Canudos, Contestado, Caldeirão, Porecatu, entre otras.

Forman parte de los desórdenes, también, rebeliones militares como las de 5 de Julio, de las cuales resultó la Columna Prestes-Miguel Costa, el mayor movimiento armado rebelde de la historia del país y uno de los mayores de contestación del orden establecido de la historia de Américas.

Los 500 años de formación de la Nación brasileña están hechos de estos órdenes y desórdenes. Todos estos levantamientos forman parte de la ley del pueblo de luchar y fracasar, luchar nuevamente y fracasar otra vez, volver a luchar hasta alcanzar la victoria, antípoda de la ley de los imperios de causar disturbios y fracasar, causar disturbios nuevamente y fracasar otra vez, volver a causar disturbios y fracasar definitivamente.

En el Brasil de hoy sigue imponiéndose el ya secular ordenamiento semicolonial y semifeudal, responsable por la explotación y opresión de nuestro pueblo y abuso  de la Nación por el imperialismo, la gran burguesía y el latifundio. Contra este orden, como en el pasado, siguen levantándose los campesinos y el pueblo pobre en las ciudades.

Delante del podrecimiento acelerado del viejo orden, saludemos los nuevos desórdenes de los campesinos, de las capas más profundas de la clase obrera, de la juventud combatiente, de las mujeres del pueblo del campo y de la ciudad, de los habitantes de las favelas y de las periferias, finalmente, de las masas populares empobrecidas de nuestro rico e inmenso Brasil, que en sus manifestaciones pueden escribir: ¡VIVA EL DESORDEN, LA REBELIÓN SE JUSTIFICA!

¡Abajo la vieja y corrupta democracia! ¡Por la NUEVA DEMOCRACIA y el NUEVO BRASIL!

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